Sexo furtivo


Como todas las tarde, Miguel bajaba las escaleras mecánicas que lo dirigían desde el local donde tiene su tienda hasta la feria de comida en el centro comercial más grande de la ciudad. Iba distraído viendo a la gente caminar. De pronto, una mirada lo sacó de su absorto letargo: era una morena clara de cabello largo, delgada pero voluptuosa. Llevaba una cola de caballo en su cabello negro azabache, unos jeans desteñidos y una blusa blanca. Una mujer muy bella como para estar mirándolo a él, pero la mirada que le clavó fue de pronóstico.
Por momento él pensó que se trataba de alguien que lo había confundido con otra persona, pero se dio cuenta de que la mirada no era de ese tipo, de quien busca en los ojos de alguien recordar de dónde lo conocía. Se trataba de una mirada lasciva, persuasiva que hurgaba más allá del simple hecho de mirar a alguien. Miguel sólo respondió con una mueca de su boca, sin más ni menos. La mujer siguió viéndolo hasta que ella se perdió entre el tumulto de personas en el centro comercial. Miguel terminó de bajar las escaleras y trató de seguir el rastro de la mujer de la mirada penetrante, pero no logró ver siquiera el celaje.
Continuó su camino hacia la feria de comida, haciendo la cola justo al frente de una cadena de comida rápida. No dejó de pensar en la mujer; le llamó mucho la atención que ella lo mirara de esa forma, pero le dio olvido y se sentó a comer su sándwich.
Al concluir con su almuerzo, se levantó de la mesa, caminó hasta el bote de la basura y depositó en él los desperdicios de su almuerzo. Justo al frente de donde se encontraba parado, en la mesa más cercana a aquel lugar, la mujer de antes, saboreando una barquilla de mantecado y fresa lo miraba, con la misma mirada que lo había sacado de concentración minutos atrás.
"¿Qué vaina es esta?", pensó. Le quitó por momentos la mirada a la mujer de encima y caminó hacia otra dirección, pero se detuvo. Tardó un par de segundos en decidirse qué era lo que iba a hacer y se devolvió sobre sus pasos. La mujer se había levantado de la silla y se dirigía hacia él. Tragó grueso y la esperó, no podía hacer nada más.
—¿Te parezco conocida? —Preguntó la mujer, mientras le daba una chupada a la barquilla, parada justo al frente de Miguel.
—Era lo mismo que iba a preguntarte —dijo, con una voz baja y serena, como tratando de darse confianza—. Hace rato que me miras y no sé quién eres.
—Yo no tengo la menor idea de quién puedas ser tú, pero me pareces muy simpático y por eso no puedo dejar de mirarte.
Tanta sinceridad dejó perplejo a Miguel, pero no se cohibió de seguir adelante con la charla.
—¿Cómo te llamas? —Preguntó él.
—Cristina, pero mis amigos me llaman "Tina". ¿Y tú?
—Miguel.
Cristina no dejaba de lamer y chupar su helado, parada frente a Miguel.
—¿Quieres? —Le dijo ella apuntándole la barquilla a su cara.
—No, gracias.
Ella volvió a darle una chupada a la barquilla, pero esta vez más lenta y sugestivamente. El pene de Miguel dio un respingón dentro del pantalón. Ella pareció haberlo notado, porque se llevó la barquilla hasta donde pudo dentro de su boca. Miguel rió nerviosamente, como intentando darle una explicación a lo que acababa de ver. Pensó que se trataba de una loca, una demente sexual que se había escapado de algún manicomio. Al ver su actitud, Cristina lo acompañó en la risa, como para tratar de darle confianza y demostrarle que sólo se trataba de un juego.
—OK. ¿Dónde está la cámara escondida? —Preguntó Miguel.
Eso le causó mucha risa a Tina.
—¿Tienes que trabajar? —Preguntó ella.
—Realmente debo atender mi tienda en el centro comercial. Dejé sola a la muchacha encargada.
—No me puedes regalar un par de minutos. Quiero conocerte mejor. Quiero saber quién está detrás de esos hermosos ojos verdes.
Miguel era un muchacho de 28 años, de piel blanca con el cabello castaño, de ojos claros heredados de su madre de origen español. Sus ojos eran sus mejores atributos, y aunque había aprendido a usarlos en sus tácticas de seducción para conquistar mujeres, aquella tarde Tina le había hecho olvidar sus técnicas.
Por momentos dudó, pero sus instinto varonil le ordenó quedarse un rato con aquella mujer. Quizá podría conseguir su número mientras charlaba y así logar a una cita a futuro. Pero las cosas no serían ni remotamente parecidas a lo que él había soñado.
Se sentó con la chica a charlar. Ella terminó su barquilla y seguía hablando amenamente con Miguel. Él, aunque preocupado por volver lo más pronto posible a su tienda, seguía hablando con Tina.
—¿Eres casado?
—No, pero estoy comprometido.
—Qué lástima...
—¿Por qué lo dices?
—Bueno, no es raro que un hombre como tú ya haya sido "capturado".
Miguel rió ante la respuesta de Tina.
—¿Serías capaz de tener una aventura conmigo?
La pregunta sacó de balance a Miguel. Jamás pensó que alguien a quien recién estaba conociendo le hiciera este tipo de preguntas. No hizo más que reír, no podía hacer otra cosa. Pero la cara de Tina lo hizo volver a la seriedad de la pregunta. Cesó su risa y la miró a los ojos.
—¿A qué te refieres con "una aventura"?
—Una aventura, ¿no entiendes? Hacer algo alocado sin que nadie se entere.
—¿Cómo qué?
—Como hacer el amor en un baño público.
Ya la cosa estaba tomando otro color, pero a Miguel no le convencía que esta mujer, bella y bien buena le estuviese hablando de irse a tirar al baño del centro comercial. Se levantó y sin despedirse se fue. Tina lo detuvo agarrándolo por la mano.
—¿Por qué te da miedo? —Le preguntó ella.
—No es miedo, es que me parece una locura que tú te me estés regalando así nada más.
—¿Regalando? ¿Qué tipo de mujer crees que soy?
—¡Ja! Bueno, no lo sé, dime tú. ¿Cómo se le llama a la mujer que se le acerca a un hombre que apenas conoce y lo invita a hacer el amor en un baño público?
—¡Qué moralista eres! ¿Y si esta conversación hubiese sido por un chat en Internet? ¿Me habrías aceptado?
Miguel frunció el ceño, como dando a entender que no comprendía nada en lo absoluto. Volvió a emprender su camino, pero Tina lo detuvo otra vez.
—Imagina que esto es un chat y que te has topado conmigo —prosiguió ella—, pero aquí no tendrás que preguntarme si soy hombre o mujer porque ya lo estás viendo.
—¿De dónde saliste tú? —Le dijo Miguel como con cierto desprecio.
—Mira, de verdad es que no te entiendo.
—Aquí quien no entiende soy yo. ¿Cómo se te ocurre venir a proponerme eso a mí, aquí y con minutos de habernos conocido?
—Vuelvo a lo del chat. Si estuviésemos en Internet y te propongo lo mismo estarías con una erección de puta madre y con ganas de cogerme cuanto antes. Pero, la diferencia es que ahora estoy aquí, frente a ti, de carne y hueso, sin nada que preguntarme, sólo debes decir que sí y en unos minutos estaremos follando como conejos.
Miguel seguía sin entender aquella situación. Por momentos llegó a pensar que se trataba de una broma de unos amigos y que lo estaban grabando para después mostrarle el video a su novia. Aunque quería echar adelante la propuesta de Tina, el miedo por ser víctima de una broma pesada lo mantenía al margen de la situación.
—Oye una cosa, corazón —dijo Miguel—, yo voy a hacer como si esto nunca pasó y me iré sin verte. Trata tú de hacer lo mismo.
—¿No lo entiendes? —Le dijo Tina mientras lo detenía una vez más tomándolo por su brazo.
—De verdad que ya no quiero seguir con esto —le dijo Miguel a Tina—, por favor ya no me molestes o llamo a los de seguridad.
Aquel acoso había puesto a Miguel en alerta. Esta vez avanzó sin ser detenido por Cristina. Dio unos cuantos pasos y se detuvo una vez más. Giró sobre sus tobillos y volvió a mirar a Tina a su cara.
—¿Quién eres tú? —Preguntó Miguel, ahora con un tono más sutil.
—Nunca en mi vida te había visto —respondió ella—, no tengo idea de quién eres, sólo sé lo que me has dicho de ti en los pocos minutos que tenemos conociéndonos, pero hay algo en ti que me atrae y no puedo evitar decírtelo. Disculpa tanta sinceridad, pero soy así de franca.
Tina se fue acercando a Miguel a medida que le hablaba.
—No soy una puta, si es lo que quieres saber —prosiguió—, tampoco soy parte de un juego macabro que busca que caigas para luego acusarte con tu novia, si es verdad que la tienes...
Aquella cara angelical hablándole tiernamente había ablandado a Miguel. Aunque lo seguía dudando, se dejó tocar una vez más por Cristina en el hombro. Y él puso la cara externa de sus dedos en la mejilla de ella. Era el primer contacto físico entre ambos. Tina sabía que había avanzado y Miguel estaba consciente que lo que vendría después podría ser motivo de preocupación, pero siguió adelante.
—¿Tienes condón? —Preguntó ella.
La pregunta volvió a molestarle a Miguel e intentó separarse de Tina, pero ella lo volvió a tomar por el brazo diciéndole que era mentira, que estaba bromeando.
Caminaron juntos un rato, viendo vidrieras en el centro comercial. Ella le iba contando que se había graduado recientemente de licenciada en Administración y que ya había introducido su currículo en varias empresas pero sin mucha suerte; que vivía sola en un apartamento en el lado Oeste de la ciudad y que a su último novio lo había dejado hacía tres meses por infiel.
Miguel le contaba que su novia quería casarse ya, pero que él no se sentía preparado para dar ese paso, aunque sabía que era esa la mujer de su vida. Tina lo aconsejó y él aceptó con gusto el comentario. Fue una charla bien amena, y tardaron unos 40 minutos en recorrer parte del mall.
Al cabo de ese tiempo, ella le pidió que la acompañara a su carro porque tenía que irse. Bajaron al estacionamiento y ella presionó su llavero para que la alarma de su BMW X3 se desactivara. Miguel sintió que su mandíbula se le desprendía del asombro de ver a aquella mujer subirse a tan imponente vehículo.
Ella abrió la puerta y se subió al carro, mientras él se quedaba afuera esperando que ella encendiera el motor y bajara el vidrio ahumado. Miguel colocó sus codos en el borde de la puerta y acercó su cara a la de Tina. Increíblemente toda la repulsión que sintió por Tina minutos antes por tildarla de puta y chica fácil, se había esfumado como por arte de magia al verla manejando aquel vehículo de 120 mil dólares.
—¿Cuándo nos volvemos a ver? —Preguntó Miguel.
Tina sonrió, como adivinando el cambio de actitud de Miguel.
—Es extraño oírte preguntar eso —dijo ella—, cuando minutos antes estabas reacio a verme o a tener algo conmigo.
—No quiero verte otra vez para acostarme contigo, sólo que quiero seguir conociéndote.
—Sí, claro. Bueno, anota mi número.
Miguel sacó su celular para anotar el número, pero Tina se lo quitó de las manos.
—Yo te lo anoto —le dijo—.
Y comenzó a escribir en el teclado numérico del celular. Al concluir, se lo entregó en sus manos y Miguel lo introdujo en el estuche que colgaba de su cinturón.
—¿Quieres subir y darme unos besos?
—No pierdes tiempo, muchacha —dijo Miguel mientras reía.
Sin pensarlo mucho se subió al carro y comenzó a besar a Tina. Sus besos eran húmedos, no podían ocultar las ganas que se tenían, ganas que fueron en aumento mientras caminaban por el mall y que después de verse en el estacionamiento sólo fueron en aumento acelerado. Miguel no perdió tiempo y hurgó dentro del pantalón de Tina buscando su vulva, a la que encontró empapada en jugos vaginales. Un pequeño gemido se dejó escuchar entre el ruido del aire acondicionado del carro y los besos de ambos: había sido Tina, quien sintió la mano fuerte de Miguel poseyéndola. Ella buscó su cuello para morderlo, logrando encender aún más a su hombre.
El asiento de adelante era muy incómodo para lo que pretendían hacer, así que fueron a dar de un brinco a la parte trasera. Tina empujó el espaldar del asiento hacia atrás, logrando ampliar el espacio de acción.
Ella se dejó caer de espaldas mientras Miguel le desabrochaba el pantalón. Su piel erizada por el contacto físico le era placentera al tacto de Miguel y ella disfrutaba cada lamida, cada beso y cada roce que él le regalaba. Despojada del pantalón, Tina se fue quitando lentamente el pequeño hilo dental blanco que llevaba puesto. Cualquier cosa que dijeran en ese momento sería un verdadero desperdicio, era mejor hablar con el lenguaje del sexo, que se traducía en placer absoluto.
Miguel había olvidado por completo el macabro juego que antes había pensado que se trataba todo esto. Tina brindaba con su placer el triunfo obtenido al poder tener sexo con Miguel.
Él tocó con sus dedos los labios vaginales de Cristina, estaba hirviendo y casi palpitaba cual corazón aquella zona del cuerpo de ella. La humedad de la zona le permitió frotar el clítoris y los labios menores, provocándole una ráfaga de gritos a Tina.
—Mételo, por favor —le pidió Tina con vehemencia—. No aguanto más...
Aquella más que sugestiva frase puso a Miguel a millón, pero decidió tomárselo con calma. En vez de avanzar sobre Tina y poseerla de inmediato, decidió lamer y morder el clítoris que segundos antes había estado preparando para un inminente orgasmo. Al sentir la lengua ardiente de Miguel en su vulva, Tina arqueó su espalda y abrió sus piernas para aceptar los placeres orales de su furtivo amante. Cada pase de la lengua de Miguel sobre su clítoris le provocaba a Tina una serie de espasmos físicos y una sensación de inconsciencia, que llegaron a su punto más álgido cuando él decidió chupar en vez de lamer. Un grito se escapó de la boca de ella, ya no lo podía seguir guardando en sus entrañas. El orgasmo se había hecho presente.
Sabiendo que ya la excitación de Tina había llegado a un punto bien elevado, Miguel comenzó a desvestirse, quitándose primero la camisa de botones y luego el pantalón de drill que llevaba puesto. Tina se apoyó sobre sus codos para ver a Miguel desnudarse, mientras que su respiración iba disminuyendo el ritmo frenético que había alcanzado con el orgasmo. Ella no dejó que Miguel se quitara el boxer de rayón que llevaba puesto, casi de un manotazo lo despojó de él y pene en mano se dispuso a chupar y lamer aquel miembro viril. Sentía un tipo de deuda con él por lo maravilloso que había sido el sexo oral que le había propinado minutos antes, por lo que se dio con furia en busca del mejor de los placeres posibles para su amante. Miguel, incómodo por la posición, arrodillado y con su cuello doblado por la baja altura del techo del vehículo, decidió colocarse acostado, tal cual como estaba Tina. Ella, se ubicó por delante de él y siguió su afanosa labor de felación. Se introdujo el pene hasta su base y en más de una oportunidad sintió náuseas, pero no dejó de lamer y chupar el pene de Miguel, que estaba a punto de estallar. Fueron unos 3 ó 4 minutos los que estuvo Tina chupando aquel pene, mientras que Miguel intentaba soportar la sensación de eyaculación que en más de una oportunidad sintió. Dentro del carro sólo se escuchaban los sonidos de chupa de Tina, los quejidos de Miguel y la salida del aire acondicionado por los ductos internos del vehículo.
Tina decidió que ya había esperado lo suficiente para ser poseída, y ella misma se abalanzó sobre Miguel para que su pene fuese a dar a lo más profundo de su vagina. Él, poco o nada pudo hacer, ni quiso hacer para evitar la penetración, así que simplemente acompañó a Tina en su acompasado movimiento de cadera que permitía que el pene de Miguel entrara y salieron con suavidad, lubricándose cual fierro mecánico con los jugos vaginales de Tina que eran cada vez más copiosos. A pesar del tamaño del pene de Miguel, grande para la boca de Tina, la vagina de ella se amoldaba cual guante para recibir los beneficios del coito profundo que le propinaba aquel miembro rígido y venoso.
Ella se despojó de su blusa y sostén, dejando al aire sus naturales senos que se meneaban al ritmo de sus movimiento y que Miguel acarició con fiera ternura, levantando su cabeza para poder chuparlos de vez en vez.
El ritmo fue aumentando y los minutos seguían pasando. Ya el baile de caderas había quedado atrás, dando paso a un frenesí de contorsiones corporales por parte de ambos, hasta que el segundo orgasmo de Tina se hizo presente. Por momentos hubo una pausa que Miguel no entendió. Después un líquido tibio y abundante comenzó a emanar de la vagina y Miguel no sabía de qué se trataba. El fluido corporal de Tina comenzó a correr; primero bañó por completo el pene y los testículos, luego siguió su deslizamiento gravitatorio hasta humedecer las piernas y el improvisado colchón que usaban como cama dentro del carro. Miguel se sintió tentado de preguntarle a Tina si se había orinado, pero prefirió tocar el mismo el líquido en cuestión con sus propias manos: se trataba de una sustancia acuosa, ligeramente espesa, que por alguna razón que él desconocía había emanado desde dentro de la vagina de Tina. Mientras, ella llevaba adelante y atrás su cabeza, como tratando de buscar un respiro que le permitiera recuperarse de aquel envión de sensaciones agradables y placeres descontrolados.
Una sonrisa de Tina fue lo que hizo que Miguel entendiera que lo que había pasado no era para nada malo. Sabiendo esto, decidió cambiar de posición y colocar a Tina acostada, pero ella quiso ponerse de espaldas a él, con su cuerpo extendido a lo largo del asiento. Levantó sus nalgas y dejó que Miguel introdujese su pene dentro de su vagina una vez más. El movimiento fue ahora más intenso por ser él quien le propinara los impeles a ella. Con los brazos apoyados en el asiento, Miguel metía y sacaba con fuerza el pene de la vagina lubricada de Tina. Ella levantaba y bajaba sus caderas de manera de proporcionar más movimiento al asunto. De pronto, ella cerró las piernas y le dio un "apretón" al pene de Miguel con su vagina. Al cabo de 10 segundos la eyaculación de Miguel fue inminente, casi no pudo sacarlo justo antes de que el chorro de semen saliera de su pene, bañando con él el cuerpo desnudo de Tina, quien se enjugó la esperma con sus manos y le propinó una última mamada al miembro de él, como para cerrar con broche de oro la suculenta merienda sexual de ambos.
Tina abrazó a Miguel, quien había caído de bruces sobre el asiento. Con su brasier se limpió el semen de él y se levantó para comenzar a vestirse. Miguel la emuló. A pesar de el aire acondicionado, el sudor en sus cuerpos era el evidente resultado de sus afanosos movimientos sexuales.
Luego de estar completamente vestidos, él se bpasó al asiento de adelante, mientras que Cristina ocupaba el puesto del piloto moviéndose dentro del carro. Una vez sentados allí, se miraron a los ojos, ella respiró profundo y botó el aire con violencia, levantándose el cabello que caía en su frente, el se sonrió y le dijo que había sido increíble, y que la llamaría pronto. Despidiéndose con un beso en la boca, Miguel se apeó del carro mientras que Tina lo ponía en marcha.
Al saber que ya ella había abandonado el estacionamiento, Miguel decidió subir a su tienda. Viendo su reloj, se dio cuenta que había invertido 2 horas 30 minutos en aquella destellante relación sexual que había comenzado en la feria de comida.
Al llegar al piso donde se encontraba su tienda, Miguel observó extrañado que había mucha gente apostada frente a la tienda. Confundido por la escena, apresuró el paso para entrar y darse cuenta de que algo andaba mal. Dentro del local, un grupo de personas del personal de seguridad del centro comercial interrogaban a la encargada, quien al ver a Miguel estalló en llanto.
—Señor Miguel, ¿donde estaba? —Preguntó la encargada mientras las lágrimas salían de sus ojos—. Lo he llamado no sé cuántas veces.
Miguel miró a su alrededor como tratando de buscar una explicación a lo que había pasado. Al ver la caja registradora abierta y sin un centavo dentro, se convenció de lo que había ocurrido.
—¿Es usted el dueño de la tienda? —Preguntó unos de los agentes de seguridad del mall.
—Sí, ¿qué sucede?
—Al parecer un par de hombres armados entraron a la tienda y le pidieron a la encargada que le entregara todo el efectivo que tenía en caja. Además de eso, entraron al depósito en donde usted tiene su caja fuerte y sustrajeron lo que ahí había. ¿Puede decirme qué tenía allí?
Con una cara de lunático, Miguel le respondió al oficial que dentro de la caja fuerte habían unos dólares, entre 15 mil y 16 mil, cree. Además de unas joyas de su novia y suyas que había decidido guardar hacía pocas semanas en ese lugar.
—¡Válgame Dios! —Bramó el agente de seguridad—. Estos ladrones sí que se llevaron un buen botín. Y yo que pensé que lo de la caja sería su mejor recompensa. Bueno, ya las autoridades están por llegar.
—Pero, espere un momento, señor agente —interrumpió Miguel, alejándose junto con el hombre de la caja registradora y del resto de las personas allí presentes—, ¿en qué momento ocurrió esto?
—Al parecer las personas que entraron a robar a la tienda esperaron que usted se alejara, quizá cuando fue a comer, e irrumpieron llevándose todo el botín. No soy un experto, pero supongo que era gente que conocía muy bien a la tienda y que tenía alguna conexión con alguien aquí.
—¿Sospecha usted de la encargada?
—No quisiera, pero en estos casos todos son sospechosos.
—La verdad que no lo creo, ella está conmigo desde hace tiempo y jamás ha sido capaz de robarme un céntimo.
—Bueno, señor, le repito que no soy experto, sólo fue un comentario...
Miguel, aturdido por lo ocurrido, fue a hablar con la encargada, quien era un verdadero mar de lágrimas.
—Señor Miguel —habló la muchacha sollozando—, fue horrible. Después que usted se fue a comer, como unos 30 minutos más tarde, entraron unos hombres con cara de matones y una pistola en sus manos. Me pidieron que abriera la caja registradora, mientra le daba la plata a uno de ellos el otro entró al depósito y salió después con una bolsa en sus manos gritándole al otro que ya estaba listo y que se fueran. Yo me quedé en una pieza al verlos salir y lo primero que hice fue llamarlo, pero su celular estaba apagado, creo que le dejé un mensaje.
Frunciendo el ceño Miguel tomó su celular del estuche que colgaba en su cintura y se dio cuenta que lo que le decía la muchacha era cierto. "Pero, ¿cómo?", se preguntó. En ese momento recordó que le había dado el celular a Tina para que registrara su número. "¿Habrá sido ella?", volvió a preguntarse. Encendió el celular y buscó el nombre de Tina. No estaba registrado, ni ningún número nuevo, ni siquiera por el nombre de Cristina. De repente un anuncio apareció en la pantalla de su celular, era el buzón de voz. No le dio importancia y cerró el teléfono. En ese momento llegaban los oficiales y detectives de la policía.
—¿Es usted el encargado? —Pregunto el hombre de chaqueta de cuero negro, camisa y corbata que entraba al local.
—Sí, soy el dueño —respondió Miguel.
—Me informaron de un robo a mano armada. ¿Qué se llevaron, señor...?
—Miguel, Miguel Álvarez. Además del efectivo del día, unas joyas que estaban dentro de mi caja fuerte y unos 15 mil dólares en efectivo.
El silbido del policía evidenció su asombro.
—Y, ¿dónde se encontraba usted mientras robaban su tienda?
—Estaba almorzando.
—¿A qué hora exactamente salió a su almuerzo?
Mientras preguntaba, el agente de la policía anotaba en una libreta de mano cada respuesta que Miguel le iba dando.
—Debo haber salido cercano a las 12 del mediodía, creo.
—Y regreso...
—Hace unos minutos...
El agente observó su reloj y levantando sus cejas se dirigió a Miguel.
—¿Casi tres horas de almuerzo?
—Bueno, este... estuve haciendo otras cosas, además de almorzar.
—¿Qué cosas?
—Cosas personales, evidentemente.
—Disculpe que le insista, señor Miguel, pero estamos hablando de un robo y, aunque usted sea la víctima, debo indagar hasta el más mínimo detalle.
Tomando al policía por el hombro, Miguel se lo llevó a un rincón de la tienda donde pudo hablarle más en privado.
—Resulta —prosiguió Miguel—, que mientras almorzaba conocí a una mujer bellísima que, aunque no lo crea, me invitó a hacer el amor.
Apartándose un poco de Miguel el agente lo miró a los ojos, como queriéndole decir que no le creía.
—Es cierto —le dijo Miguel—, créame. La mujer se puso a atacarme y yo pensé que estaba tratando de jugarme una broma o algo por el estilo. Lo cierto es que le seguí el juego y estuve hablando con ella un rato mientras caminábamos por el centro comercial.
—Y, ¿en eso consumió usted tres horas de su día, señor Miguel?
—Evidentemente no. Lo que sucede es que después de hablar un rato, la acompañé a su carro en el estacionamiento. Tiene una camioneta BMW, algo maravilloso que yo ni haciendo milagros podría tenerla. Y a que no adivina qué...
—Le invitó a hacer el amor dentro de ella...
Frunciendo el ceño, extrañado por el comentario, Miguel asintió con la cabeza.
—¿Y estuvo allí tirando con esta mujer hasta ahorita?
—Pues, sí...
—Permítame decirle algo, señor Miguel. Usted ha sido víctima de un robo cuyo modus operandis es distraer al dueño o encargado de un local comercial mientras otros malechores irrumpen armados despojando de valores a la tienda en cuestión.
Absorto con lo que le acababa de decir el policía, Miguel trataba de encontrarle sentido al asunto. Su mente era una máquina procesadora de información que trataba de hallar un algoritmo lógico para todo este asunto. Volviendo en sí, miró al policía.
—¿Está usted seguro, señor agente?
—Por lo que me está contando, creo que sí... Aunque debo reconocer que es la primera vez que escucho que la técnica de distracción es invitarlo a hacer el amor dentro de un BMW, vaya que se han vuelto ingeniosos estos ladrones. Eh... disculpe la pregunta, pero, ¿estaba buena la mujer?
Espabilando, como tratando de encontrar sentido a la pregunta, Miguel miró al policía y lo único que le respondió fue: "Y tira como una diosa".
A los ladrones no les costó mucho abrir la caja fuerte de la tienda, porque esta no tenía un muy sofisticado sistema de blindaje. La mujer fue grabada por las cámaras del centro comercial, pero no pudieron ubicarla por registros en ninguna parte.
Al cabo de las horas, la novia de Miguel llegó a la tienda y lo encontró sentado en el piso...
—Mi amor —le dijo ella al verlo, corriendo a donde estaba para abrazarlo—. No importa qué pasó ni qué se robaron, lo importante es que tú estás bien; lo demás se recupera.
Miguel se recostó del regazo de su novia, como tratando de encontrar allí respuestas a las miles de preguntas que aún revoloteaban en su cerebro.
—No te enfrentaste a los malandros, ¿verdad mi amor?
Miguel negó con la cabeza.
—Menos mal.
En eso se acerca la encargada de la tienda y le dice a la novia: "Menos mal que tardó tres horas en volver del almuerzo, porque si no estoy segura que el señor Miguel los habría enfrentado".
Miguel subió el rostro para ver a la muchacha que con cara de orgullo miraba a su jefe...
—Mi amor —pregunta la novia—, ¿dónde estabas tú cuándo robaron la tienda?
Con cara de yo no fui, Miguel intentó explicarle a su novia —sin mucho éxito— qué estaba haciendo él durante todo ese tiempo fuera de su tienda... En ese momento suena su celular.
—"Hola" —dice una voz femenina al atender—. Debes estar tratando de explicarte a ti mismo cómo pasó todo esto.
Confundido y mirando a su novia a los ojos Miguel trató de identificar a la voz: era Tina.
—Bueno, lo cierto es que te quedó una moraleja en todo esto. Espero valores lo que tienes y que no sigas siendo tan débil de mente. Ah, y gracias... por los orgasmos.
Un bip cortó la llamada y lentamente Miguel fue bajando el celular de su oreja, mientras boquiabierto miraba a su novia a los ojos mientras esta le preguntaba: "¿Quién te había llamado?"