Amigo infalible


La habitación era apenas alumbrada por la poca luz del día que entraba por la ventana, a pesar de la gruesa cortina de lona que la cubría. La televisión había estado encendida toda la noche y aún lo estaba. Un capítulo más de "Friends" se proyectaba en la pantalla. La puerta del clóset estaba cerrada. Los libros en la pequeña repisa de la pared ordenados de mayor a menor. Los zapatos ubicados minuciosamente en la zapatera que colgaba detrás de la puerta. Sobre la mesa de noche un reloj electrónico con número rojos indicaban las 10.22 de la mañana. Era sábado, por eso Sandra aún estaba entre las sábanas, arropada hasta la cabeza con su edredón de flores que le había hecho su abuela.
Un grito de Mónica a Joey sacó a Sandra de su profundo sueño. Estaba a punto de llevar a su boca el enorme pene de un afroamericano. Era un sueño recurrente en ella, ya no era la primera vez que lo soñaba, pero cada vez avanzaba más y más hasta sentir en sus entrañas que aquel hombre, de aspecto africano, cuerpo sudoroso y poco cabello, la poseía súbitamente.
Ya recuperada de su letargo, habiendo estirado hasta el más olvidado de sus músculos para alejar el sueño de sus ojos, Sandra observó la TV a los pies de su cama y recordó que una vez más había olvidado apagarlo la noche anterior. Buscó el control remoto y lo hizo a distancia. Miró el techo de su cuarto, respiró profundo y con un enérgico movimiento de manos y brazos se quitó el edredón de encima de ella. Debajo, su desnudo cuerpo recibió la débil luz que entraba por la ventana. Sus pezones se irguieron, producto de la baja temperatura de aquella mañana. Con la misma energía con la que se quitó las sábanas de encima, se levantó y se sentó en la orilla de la cama, mientras que con ambas manos se hacía una cola en su cabello. Sus pechos eran víctimas de la Gravedad, pero aún mantenían su aspecto firme y consistente. Era lógico que a sus 21 años aquella muchacha mantuviera "en su sitio" lo que la Naturaleza le había proporcionado.
Colocando las palmas de sus manos a cada lado de su cuerpo sobre la cama, miró a todas partes, como buscando algo que había extraviado. No lo encontró a simple vista, entonces registró sin resultados su alborotada cama. Ya de pie, examinó los alrededores, pero nada. Puso las rodillas en el piso y buscó debajo de la cama y ahí estaba. Estiro su mano hasta alcanzarlo: un oscuro artículo fálico de aspecto carnoso y de gran extensión era lo que buscaba con tanto afán. Un pene de goma, totalmente negro y de unos 25 cm de largo servía en muchas ocasiones para saciar los febriles deseos de aquella joven estudiante de medicina. Sandra le había puesto nombre al regalo que recibió en su cumpleaños número 20 de parte de sus amigas de la universidad. "Para saciar las bajas pasiones", decía la tarjeta que estaba pegada a la caja del regalo, con un envoltorio rojo carmesí. Lo realista de aquel objeto era lo que más le gustaba a Sandra. Se le podían ver las venas que rodeaban al pene, como si de uno real se tratara. Aunque no era de un color natural de piel, el hecho de ser totalmente negro le agregaba un aspecto neutral. La imaginación de Sandra le daba el color deseado, que casi siempre era negroide. Su gran anhelo era hacerlo con un hombre de esa raza, un costeño, quizá. Siempre que iba a la playa se quedaba mirando a los pescadores lugareños con sus fibrosos cuerpos sacando el pescado de sus botes. A pesar de sus ganas nunca se atrevió a dar el primer paso. Siempre cohibida de ser tildada de "chica fácil" terminaba en el baño masturbándose. Por eso, cuando sus amigas le dieron aquel regalo, Sandra no vio en él nada morboso ni bárbaro, por el contrario, le vio aspecto de herramienta sexual, y así lo trataba. De hecho, el falo guardaba gran similitud a los penes que veía en las películas porno que en ocasiones se cruzaban frente a ella. Incluso, al final de su largo "cuello", el pene descansaba en unos bien logrados testículos que servían, además, como base para que Sandra pudiera mantenerlo "de pie" y experimentara nuevas posiciones.
Como dije antes, Sandra llegó al punto de ponerle nombre y tratarlo como a una persona. "Bobby", le decía. A todos los viajes iba Bobby bien guardado en los bolsos o carteras. Las amigas ya lo conocían, pero nunca más llegaron a verlo en persona. Sandra era muy celosa con su "amante".
Antes de llegar este artilugio a las manos de ella, fueron tres los hombres que había poseído su cuerpo. Humberto, su amiguito de la secundaria y a quien le entregó su virginidad al salir del bachillerato; Manuel, el insistente hermano de su mejor amiga y a quien conoció recién llegada a la universidad pero que no tenía metas en su vida; y Miguel, su más reciente aventura y a quien descubrió en brazos de su amante en una disco de la ciudad. La escena dentro del local nocturno hubiese sido repetitiva en esas situaciones, a no ser porque a Miguel se le ocurrió serle infiel a ella con el delantero del equipo de fútbol de la universidad.
Después de un mal amante como el inexperto Humberto, un desempleado Manuel y un afeminado Miguel, a Sandra no le quedó más remedio que dedicarle su vida al único amante que de verdad era efectivo y condescendiente y que la vida le había puesto en su camino: Bobby.
Por eso, aquella mañana en su cuarto Sandra le había dolido mucho haber encontrado a Bobby bajo la cama.
—¿Cómo llegaste ahí, mi vida? —Preguntaba Sandra con tono de compasión.
Tomándolo entre sus manos le estampó un beso en su punta. Acto seguido, se sintió vulnerable en la posición en la que estaba, rodillas en piso e inclinada hacia adelante para poder llegar debajo de la cama. Con voz cómplice, Sandra le habló a Bobby.
—¿Por qué me miras así? Sí, ya sé que te gusta esta posición, pero apenas me estoy levantando, ni siquiera he ido al baño. ¡Qué? ¿Estás loco? No chico, así no. ¿Qué haces?
Sandra llevó a su amigo a sus nalgas, en la misma posición en la que se encontraba tumbada en el piso. Con golpes suaves rebotaba a Bobby de sus nalgas, como flagelándose sutilmente. Esto la excitó y seguidamente comenzó a tocarse su vulva con la punta de sus dedos. Sintió que se humedecía rápidamente, mientras que Bobby golpeaba con más fuerza. Sin pensarlo se levantó y se sentó a orillas de la cama, Bobby ahora estaba frente a ella y poco a poco fue acariciando con su cabeza el abultado clítoris de ella, llevando su goce a límites más elevados.
—¡Así, Bobby, así! —Decía ella con una voz entrecortada—. Sabes cómo encenderme rápidamente.
Mientras que su mano derecha hurgaba entre sus labios vaginales, Bobby fue a dar a su boca que lo recibió plácidamente logrando entrar hasta en un 75% de su extensión total. Sólo por momentos Bobby abandonaba la boca de Sandra, salía únicamente para no provocarle el vómito a su amada.
Ya su vulva había logrado la humedad deseada; era el momento de que Bobby fuese por lo que le correspondía. Lentamente la negruzca y fálica goma se iba perdiendo entre las entrañas de Sandra, quien ya para ese momento había perdido el control, su cabeza estaba echada hacia atrás y sus ojos se encontraban desorbitados por completos. Era demasiado placer para una sola mujer, aquel enorme miembro entraba y salía buscando arrancar un grito de pasión y lujuria. No pasó mucho tiempo hasta que lo consiguió. Sandra soltó un grito ahogado en su garganta, como para no levantar sospechas en quienes seguramente estaban cerca de su habitación: su familia. Sabiendo que el orgasmo había llegado rápidamente, Bobby no se inmutó y continuó ofreciéndole a Sandra los placeres del coito. Entró y salió de su viscosa vagina cuantas veces había querido y a distintos ritmos. Un orgasmo más se hizo presente y Bobby seguía enérgico y vigoroso.
Sandra decidió cambiar de posición y llevó a Bobby al piso en donde lo puso "de pie". Ella se sentó sobre él cabalgando sin detenerse y otro orgasmo llegó.
—¡Papi, eres lo máximo! Jamás te podría ser infiel, jamás.
Ya de pie, Sandra observó a Bobby con deseo mientras éste estaba tirado en el piso.
—¿Quieres más? —Preguntó ella—. Vaya, sí que eres insaciable; pero vamos a la cama. Haremos la posición que más te gusta.
Tomando a su amigo con una mano, Sandra se colocó de espaldas y sobre sus rodillas, mientras que lo metía y lo sacaba una y otra vez. En esta posición, pudo meterlo hasta el final, y, salvo por las protuberancias que se encontraban al final del largo pene, aquel enorme falo estaba dentro de ella totalmente. Esto le dio un placer extra, sentir que era penetrada por completoe por Bobby le otorgaba una sensación sin precedentes. Y otro orgasmo llegó...
Ya en la ducha, Bobby se bañaba con Sandra mientras que ella lo acariciaba y lo limpiaba minuciosamente. Era su objeto más preciado y como tal lo atendía, pero ella sabía que en el fondo Bobby era mucho más que un simple objeto, era su eterno amante.
Aquel sábado comenzaba para Sandra desde el mediodía, luego de una larga noche de sexo con Bobby y un amanecer igual de fogoso. Horas más tarde se encontraba en casa de Norys, su amiga, para salir a comer.
—Amiga, te quiero mostrar algo. —Dijo Norys mientras llevaba a Sandra tomada de la mano hasta su cuarto.
Una vez dentro, Norys tomó el control remoto de su DVD y antes de darle play al disco que se encontraba dentro, le preguntó a Sandra con cierto pavor:
—¿Tú todavía tienes aquel pene que te regalamos en tu cumpleaños?
La pregunta sacó de concentración a Sandra, quien simplemente contestó con un monosílabo: "sí".
—Pues —prosiguió Norys dándole play al DVD—, mira en lo que lo puedes convertir. Conseguí esta película en el cuarto de mi hermano.
En la pantalla del televisor se presentaba una especie de máquina de ejercicios, sobre ella una mujer desnuda y llena de aceite para el cuerpo. La máquina en cuestión no era otra cosa que un mecanismo que permitía colocar en la punta de un tubo metálico un pene de goma, el cual obedecía a las leyes mecánicas del movimiento. Iba y venía constantemente empujado por un ingenioso sistema que lo convertía en un "Bobby" automático.
"Adiós a los dolores de muñecas y al cansancio de mis brazos por tener a Bobby dentro de mí", pensó Sandra. El aparato acabaría por completo con las difíciles posiciones que tenía que adoptar para que su "amante" la poseyera. Sus ojos se quería salir al ver aquel aparato en funcionamiento. Ese "Bobby" entraba y salía de la vulva de la actriz a quien el placer parecía no dejarla vivir. Pero había más. Como si aquello fuese poco, la máquina tenía velocidades reguladas, lo que le permitía ir de un movimiento lento y sensual a un vigoroso y animal ritmo que era imposible que un verdadero hombre pudiera alcanzarlo y mucho menos mantenerlo por tanto tiempo.
En la mente de Sandra se estaban dibujando las horas que pasaría sentada en su "máquina del sexo" siendo poseída hasta el cansancio por su amado Bobby. El almuerzo en el restaurante que ambas tenían planeado se redujo a un sándwich de jamón y queso con una lata de Coca-Cola, mientras, sentadas frente a la computadora de Norys, ambas buscaban en la Internet quién podía proveerlas de un aparato como ese. Bobby pronto alcanzaría otro nivel como amante.