A través del lente

Estoy satisfecho con mi cuerpo. Las chicas me dicen que soy un tipo bien parecido. Quizá esto sea cierto, pero no vanaglorio con lo que, humildemente, Dios me dio. Por el contrario, creo que mi apariencia física se debe más a una buena alimentación y ejercicios matutinos que a una bendición divina. Lo cierto es que allí estaba yo: tirado en la arena de la playa, con una cava llena de cervezas bien frías a mi derecha, recostado de un cocotero. Mi mirada se perdía en ese perfecto nivel que representa el mar en el horizonte. Creo que no pensaba en nada. Estaba solo; la empresa me había mandado 15 días a la Isla de Margarita a trabajar en un nuevo punto de venta, allí. Era la primera salida que tenía para distraerme y disfrutar de las playas de ese hermoso pedazo de tierra.
No sé en qué momento se sentó cerca de mí una mujer de esbelta figura. Estaba ataviada de un diminuto traje de baño color naranja y amarillo. Sus senos, evidentemente pasados por el quirófano, se definían firmes debajo de aquel microscópico pedazo de lycra. Su piel, tostada por el sol de varios días, se me antojaba cual cáscara de durazno. Su cabellera castaña era prisionera de una cola de caballo que dejaba al descubierto un rostro helénico, mitológico y unos hombros salpicados en pecas aquí y allá. Cada parte de su cuerpo parecía sacada de una clase de anatomía universitaria. Sus piernas, firmes como el mármol, descansaban en una magnifica obra celestial que eran sus pies. Era todo un monumento, visto desde cualquier ángulo. Miré a todas partes. De seguro una mujer como esa debía andar acompañada de un gorila o de tres guardaespaldas como mínimo. Pero no, estaba sola. Unos 6 metros me separaban de aquel cuerpo. De mi bolso de mano saqué mi cámara digital y le lancé un par de fotografías. Debía tener constancia de lo que mis ojos habían visto para el momento de contárselo a mis amigos.
Las horas pasaron, las cervezas se me acababan y aquella hembra lo que hacía era dar vueltas y vueltas sobre una toalla para que el Sol le otorgara aquel dorado matiz que tenía su piel. Cuando se colocó boca abajo, aproveché para hacer una toma de su enorme trasero. Al escuchar el chasquido de la cámara, levantó su rostro y me miró. Yo, cámara en mano y una cara de idiota inigualable, no supe qué decir, sólo le regalé una sonrisa. Ella me miró con indiferencia y volvió a su relajada posición con la cara sobre sus brazos cruzados. Mi primera incursión furtiva en terreno peligroso había sido un fracaso. Tomé mi cava, mis lentes y bolso y salí caminando rumbo a mi camioneta, minutos después de aquella penosa presentación. Monté todo en la parte trasera y me disponía a encender el motor cuando unas uñas tocaron el vidrio. Era ella, estaba parada en la puerta del piloto con la toalla colgada de su hombro. Bajé el vidrio y subí mis lentes oscuros a la cabeza.
—¿Se te ofrece algo? —Pregunté con una cara de extrañado.
—Hola —Su voz era especialmente aguda y delicada—. ¿Me preguntaba si en la playa me tomabas fotos a mí?
La pregunta me tomó por sorpresa y debía actuar con prontitud.
—Bueno, debo confesarte que mi lente no pudo evitar que estuvieras encuadrada en uno de los fotogramas. Pero, ¿te molesta que te haya tomado una foto?
—Este… —dudó por un momento— No es que me disguste, pero quisiera saber si eres fotógrafo profesional o si eres simplemente un aficionado.
—De verdad no me he dedicado nunca a tomar fotos como profesional, pero tengo años con una cámara y creo que he aprendido a tomar buenas fotos.
—Ah, OK. Bueno, pensé que te gustaría tomarme unas fotos en la playa. Yo soy modelo y ando buscando un buen fotógrafo para que trabaje conmigo.
Su propuesta sonaba extrañamente irresistible. Abrí la puerta y me bajé de la camioneta. Caminamos unos cuantos metros mientras nos presentábamos formalmente. Supe que estaba de vacaciones, que se llamaba Laura y que vivía en Caracas. Evidentemente mi cámara la había seducido primero que yo; mi Canon siempre llamaba la atención de todo aquél que la veía. Me pidió que le tomara algunas fotos, pues no había traído cámara y que-ría llevarse algunas fotos de recuerdo. Posó ante mi lente y yo disfruté con las fotografías que le hacía. Al verla a través de mi lente de 28 mm, pude confirmar lo que horas antes había supuesto: era una mujer casi perfecta, hermosa y con un talento innato para el modelaje. Una pose era mejor que la otra y yo simplemente disparé sin cesar mi cámara fotográfica. Luego de una hora, me dijo que le gustaría ver cómo quedó mi trabajo. Habíamos paseado por toda la playa, entre rocas y cocoteros, las fotos estaban muy buenas. Me pidió que se las mostrara. Evidentemente desde el visor de la cámara no podría apreciar la calidad de mi trabajo, así que le dije que la única forma de ver las fotos era en la pantalla de un computador, pero mi portátil estaba en mi habitación.
—Ya… pero ¿podrías llevarla al hotel donde me hospedo y mostrármelas?
Su propuesta me gustaba. A fin de cuentas, no perdía nada. Nos despedimos en la playa. Ella plasmó un beso en mi mejilla y se fue caminando hasta su carro. Yo encendí mi camioneta y me fui volando al hotel donde pernoctaba, con la dirección de su habitación escrita en la palma de mi mano. Entré a mi habitación, busqué mi lap top y me dispuse a descargar la memoria de mi cámara. Mientras esto se hacía, me di una ducha y me cambié de ropa. Quería salir corriendo hasta el hotel donde ella se quedaba; pero debía ser prudente y no parecer tan ansioso. Esperé un par de horas y me fui, poco a poco, hasta la dirección que me dio Laura. Luego del protocolo del lobby del hotel, subí cinco pisos y busqué la habitación 502. Con cierto nerviosismo toqué la puerta y esperé que ella abriera, pero no sucedió. Volví a tocar, esta vez un poco más fuerte, pero nada. Pasaron unos 5 minutos y escuché a alguien dentro del cuarto. Pegué mi oído a la puerta, para escuchar mejor; oí unos pasos, como de pies desnudos. Por momentos pensé en irme y volver luego, pero la sorpresiva abertura de la puerta me detuvo.
—¡Hola! No escuché cuando tocabas. Estaba en el baño. Pasa…
Estaba ataviada con una toalla blanca que le cubría desde la zona del busto hasta el pliegue de los glúteos y las piernas. Su cabello estaba empapado de agua y el olor que emanaba de todo su cuerpo era glorioso. Pasé a la habitación con cierto temor.
—Desde que llegué estaba en el baño —Comentó Laura mientras se peinaba el cabello con los dedos—. Necesitaba una ducha caliente y larga.
Yo correspondí con una sonrisa, mientras me ubicaba en un sillón cerca de la cama. Coloqué el maletín con mi lap top sobre mis piernas y el de la cámara en el piso; me quedé esperando. Laura guardó un silencio suspicaz mientras me miraba, con la cara inclinada hacia su mano derecha, mientras seguía en su afanosa labor de peinarse con los dedos.
—Y dime, ¿cómo quedaron las fotos?
—Muy buenas —respondí con prontitud—, a pesar de lo apresurado e improvisado del asunto.
—Dame un minuto, mientras me cambio.
Ella caminó hacia el balcón de la habitación y se ocultó tras un vestíbulo que dejaba ver su silueta a contraluz. Desde donde me encontraba, pude ver su figura negruzca por el efecto de la luz que resplandecía detrás de ella, mientras se despojaba de la diminuta toalla que la cubría. Se colocó una minúscula ropa interior (sólo la parte inferior) y sobre ella un vestido color melón de tela de rayón que reposaba inocente sobre su curvilíneo cuerpo. Recogió su cabello hacia atrás con una cinta sobre su cabeza y salió a ver lo que le tenía preparado. Debido a aquel espectáculo, me olvidé por completo de encender la portátil. Inútilmente, intenté disimular mi excitación por lo que acababa de presenciar, pero ella lo notó rápidamente.
—OK, muéstrame lo que hiciste.
Sus palabras me devolvieron la confianza y me situaron nuevamente en este mundo. Abrí el lap top y comencé a buscar la carpeta donde se hallaban las fotos digitales. Mientras, ella se sentaba en la orilla de la cama y me veía hurgar la máquina hasta que encontré lo que buscaba. Volteé el monitor para que pudiera ver las fotos y ella se acomodó mejor, más cerca de mí. Desde donde estaba podía oler su cabello y sentir el aroma que emanaba de su piel recién bañada. Al inclinarse hacia delante el vestido dejó de cubrir buena parte de sus bustos que se mostraban desnudos y sin protección ante mis ojos. No pude evitar verlos; por momentos me pareció sentir que ella sabía lo que hacía, pero no me importó. Ella pasaba con un simple presionar de teclas una y otra imagen, se dibujaba en su rostro una pequeña sonrisa.
—Me encantan esas fotos —irrumpió ella sin reparo—. Quisiera hacer más.
—Yo no tengo problemas —dije—, tú sólo dime cómo y cuándo. Además, traje la cámara.
—¿Qué te parece si las hacemos ahorita, aquí? —Preguntó.
Su idea no era descabellada; nos encontrábamos solos y sin nadie que nos interrumpiera. La intención de ella me gustó, pero más por el hecho de estar más tiempo allí que por lo de hacer las fotos, obviamente.
—Bueno, me parece bien —respondí—. Dime cómo quieres que sean las tomas.
—No sé; tú eres el fotógrafo. Dirígeme.
—OK.
Respiré profundo, revisé a mí alrededor y le pedí que se acercara al balcón. La poca luz que entraba a aquella hora de la tarde le daba al ambiente un romanticismo muy especial. Ella se concentró y buscó la mejor pose con una mano en el borde del balcón y otra en su cadera. Comencé a disparar con timidez. La imagen que se reflejaba en mi lente me gustaba. Inicié una conversación con ella, le decía cómo la quería, cómo debía colocarse frente al lente. Me acerqué para hacer unas tomas de detalle en su rostro. De verdad era una mujer hermosa, no tenía una pizca de maquillaje en su cara y su tez producía una hermosa luz. Ella comenzó a moverse con más libertad por toda la habitación. Entre risas y bromas de mi parte nos fuimos relajando. Se podía notar que era una profesional y que sabía moverse. Me gustaba su estilo y rápidamente la química empezó a fluir en ambos. Entre uno y otro flash, ella decidió cambiarse de ropa. Tomó unos cuantos vestidos y se fue detrás del vestíbulo. Volví a ver su silueta perfecta, pero esta vez la luz no me ayudaba. Ya se hacía de noche. Vi mi reloj: 7.53 posmeridiano. Salió vestida con un pequeño vestido blanco de escote amplio y bajo en la espalda, era de una hermosura extraña aquella telilla que además dejaba ver la perfección de sus bien definidas piernas. Iba descalza y con la misma naturalidad que había presentado siempre.
—¿Cómo quieres ahora? —Preguntó.
Le pedí que se subiera a la cama: un enorme king size de 2 x 2 metros. Las sábanas eran de una seda blanco ostra con almohadones rellenos de plumas de gansos. Mientras se subía a la cama, fue posando con sensualidad. Cada pose, cada aspecto de su cuerpo y rostro eran captados por mi cámara a medida que ella iba avanzando. Me coloqué frente a ella, acercando un poco el lente a su rostro, quería plasmar lo hermoso de su cara y la cálida mirada que regalaba a cada instante. Cuando estaba muy encima de ella, mientras hacía contorsiones sobre el amplio colchón, ella me acarició mi pierna con su pie. Por instante no supe qué hacer, si abalanzarme sobre ella y besarla hasta la locura o seguir tomando fotos y suponer que aquella arriesgada actitud de ella era una búsqueda de motivos para relajarse y encontrar un mejor performance. Lo cierto es que la química entre ambos aumentó. Ya no era yo únicamente el fotógrafo distraído, sino que ahora me sentía parte del propio arte de hacer las tomas. Di vueltas alrededor de la cama mientras enfocaba una y otra pose que ella me regalaba. Debía llevar cerca de 300 tomas. Comenzó a gemir y a generar sonidos guturales, como los de una gata en celo. Aquella actitud que dejó aún más perplejo. Su sensualidad perecía poderse tocar en el ambiente. Aquella habitación estaba tomando otro color, y otra temperatura también. En una de tantas poses ella comenzó a tocarse sus senos. Yo la veía a través del lente y pensaba que estaba haciendo unas magníficas fotografías, pero mi instinto masculino comenzaba a despertar. Había mucha carga sensual y sexual en esa habitación. Me sentía privilegiado de estar allí.
De pronto, sus caricias, que iban y venían entre su vientre y sus senos, se ubicaron en su vulva, por debajo del vestido. En un movimiento que hizo para ubicarse de espaldas a mí, de rodillas sobre la cama, pude notar que no llevaba ropa interior alguna. Sólo aquel delicado vestido blanco cubría su bien definida figura. El nerviosismo por la situación me sacó un poco de concentración. Las últimas fotografías no llevaban un enfoque ni un encuadre definido. Me quité la cámara de mi cara y vi a Laura despojarse lentamente de su vestido. Su excitación fue en aumento, mientras olvidaba por completo que yo estaba allí. Sus dedos hurgaban con pasión su vulva y yo podía ver lo húmeda que estaba. Me acerqué a la cama y coloqué la cámara sobre el colchón, despacio, y sin perder detalle de aquella apasionante escena, me fui colocando cada vez más cerca de ella. Estaba apoyada con ambas rodillas sobre las sábanas blancas, su mano izquierda se posaba sobre las almohadas mientras la derecha la ultrajaba con intensidad. Su dorso estaba arqueado y su cabello caía sobre su espalda y hombros, sus ojos cerrados no se percataron que yo estaba casi encima de ella. Cuando toqué con mi mano su nalga, ella se detuvo y me miró con cierta intriga dibujada en su rostro.
—No me toques —me dijo con contundencia—. Sigue tomando las fotos.
Yo quedé en una pieza cuando ella me detuvo en mi afán por llegar más allá. Inmutado, me fui a donde estaba antes, cámara en mano, y continué tomándole fotografías sin parar. Mi respiración aumento considerablemente, no sé si por lo que estaba viendo o por la escena que acababa de interpretar con aquella mujer. Creo que tuvo un par de orgasmos, o tres, no lo sé; lo cierto es que se revolcó por toda la cama. Al principio yo estaba algo cohibido, pero después me tranquilicé e hice unas muy buenas tomas de todo su cuerpo, de todo. Mi lente congeló los momentos de lujuria que ella había experimentado durante los casi 20 minutos que duró aquella torturante (para mí) sesión de sexo consigo misma. Al final, ella quedó tendida en la cama, agotada y sudorosa, con una leve capa de sudor por todo su cuerpo. Me miró y esbozó una pequeña sonrisa que, más de alegría, era de satisfacción. Yo quité la cámara de mi cara para verla mejor y sonreí con ella.
—¿Qué te pareció? —Preguntó.
“Inolvidablemente especial.” Fue lo único que me atreví a pensar, sin pronunciar palabra alguna; sólo elevé mis dos cejas y dejé que mi expresión hablara por sí misma. Ella me miró de arriba abajo y se percató con complicidad que mi erección estaba a punto de reventar mi cremallera. Volvió a reír, pero ahora con más energía.
—Eso lo lograste tú. —Le dije con total confianza.
—No fue mi intención.
—Sólo hay una forma de hacer que esto vuelva a su posición original.
—Pues, tendrá que ser luego. Ahora pienso salir y se me hace tarde.
No podía creer lo que ella me decía. Después de lo que vivimos, luego de tanta acción unilateral, ¿ella me iba a dejar como una carpa de circo y sin nada de aquello? Después de verle lo más íntimo y de saborear a la distancia todo su cuerpo, ¿ella me iba a dejar sin recibir el premio? Era demasiado injusto todo aquello. Me quedé sin hablar, parado frente a ella. Se levantó de la cama, se tapó su cuerpo con la sábana, me dio un beso en la mejilla y se fue hacia la puerta; la abrió y se apoyó en ella diciéndome:
—De verdad tengo prisa. Si pudieras dispensarme y salir de la habitación, por favor. Me tengo que duchar y luego salir. Disculpa.
Recogí todas mis cosas, me colgué la cámara al hombro y salí sin siquiera verle los ojos. No lo podía creer, jamás pensé que algo así me pudiera ocurrir. Pero eso era apenas una de las muchas cosas que jamás pensé que me ocurrirían en mi vida. Y créanme que he vivido muchas. Pasaron unos treinta minutos hasta que entré de nuevo en mí. Aquella mujer, hermosa, sensual, irresistiblemente cautivadora y lujuriosa me había hecho verla masturbándose como una gata en celo y ni siquiera me dejó olerla de cerca o, por lo menos, ayudarla en su afanosa tarea. Sólo quería que la viera y le tomara fotos, lo demás estaba de sobra. Me senté en el bar del hotel, cerca del lobby. Pedí un whisky con soda, me lo tomé como agua y pedí un segundo trago. El barman me miró con perplejidad, sabía que algo me pasaba.
—¿Un día difícil? —Preguntó.
—Yo diría que un momento difícil, nada más.
—Bueno, eso pasa a veces.
Sabía que él no tenía ni la más mínima idea de lo que me pasaba. Pero la conversación se tornó amena, minutos después. Conversamos de temas diversos, deportes, política, mujeres (¡Mujeres!). Al cabo de un rato me disponía a irme, ya me había calmado. Pero, al terminar mi último trago de la noche, volteé hacia la entrada del bar. Caminando por el lobby iba Laura. Un vestido de pedrería negra dibujaba su figura con elegancia, unos enormes tacones le hacían definir sus piernas con estilo y templanza. Estaba más hermosa que como la había dejado hace casi una hora. Me apresuré a pagar y a despedirme de mi amigo el barman. Salí como un rayo del bar y me dispuse a seguirla. Una enorme limosina blanca la esperaba afuera, en el valet parking del hotel. Me sorprendió esa escena. Busqué mi camioneta, estacionada unos cuantos metros cerca de la entra, y seguí aquel lujoso carro hasta donde fue necesario. Debía saber qué iba a hacer aquella mujer. Creo que me obsesioné.
Era difícil perder de vista a la limosina, así que me ubiqué unos 100 ó 150 metros por detrás, de manera de que no notaran que los seguía. Eran casi las 11.00 de la noche. La limosina rodó como 10 km. hasta que llegó a su des-tino: un lujoso paraje a orillas del mar con una enorme mansión de estilo sureño americano, de grandes columnas al frente y una gigantesca puerta blanca de madera. Antes de pararse al frente de aquella lujosa mansión, la limosina recorrió lentamente la redoma que se encontraba al frente. Acto seguido, un musculoso individuo vestido de traje negro se acercó a la puerta de la limosina, abriéndola para que Laura, despampanante y hermosa, se bajara del vehículo. Llevándola del brazo la dirigió hasta la puerta donde otro gorila le abría amablemente.
Se internó en la lujosa casa, desapareciendo de mis ojos. Los dos gorilas quedaron afuera; uno de ellos se comunicó por su radio personal con otro punto, quizá anunciando la llegada de Laura. La limosina se aparcó en un improvisado estacionamiento que se hallaba cerca de la casa. Una choza, perfectamente iluminada, servía de lugar de esparcimiento y descanso para la casi decena de chóferes de limosina que allí se encontraban. Tomé mi cámara y le coloqué el lente de 500 mm para poder observar a la distancia qué pasaba en el interior de la casa. Me ubiqué, todavía dentro de mi camioneta, en el ala sur de la mansión. Desde allí se veía un conglomerado de personas que bebían y conversaban cerca de una piscina iluminada. Otros estaban dentro de la piscina. Era una especie de tertulia del jet set. Mucha comida, bebidas y gente bien vestida, pero no veía a Laura.
Decidí ir a pie hasta la pared que estaba cerca de la piscina, a unos 100 metros. Era un grueso muro de unos 3 metros de alto, forrado de enredaderas, y culminado en una maraña de púas. Algo difícil de franquear. Caminando, tal vez por la desesperación de ver qué demonios hacía Laura allí dentro, decidí ir camino arriba, bordeando la pared perimetral de la casa. A unos 200 metros de donde me encontraba, una puerta, de madera rústica, se apareció de repente entre las enredaderas del muro blanco. Estaba abierta y sin pensarlo dos veces entré. No había nadie, ya estaba casi detrás de la casa y el ángulo visual que tenía desde allí me dejaba ver hacia el interior de la misma. Enfoqué el lente, buscando lo íntimo de la mansión. De pronto, allí estaba Laura, hablando con un señor de traje blanco y una copa de licor en su mano izquierda. Ella se reía de las cosas que el viejo le decía. Rodilla en piso y cámara en mano, yo seguí allí, bajo la luz de la Luna, arriesgando mi integridad física y sin saber todavía ni por qué ni para qué. Ella seguía conversando, ya no sólo con el viejo del traje blanco, sino con muchos más que se acercaban, algunos acompañados de despampanantes mujeres y otros solos. Me di cuenta de que se trataba de una fiesta, algo se celebraba… por lo menos eso creía.
De pronto, algo que no sé explicar, me dio las fuerzas suficientes para penetrar en aquella fiesta. Debía acercarme a Laura, tomarla de un brazo y sacarla de allí; la quería para mí, ella había sido mía, aunque sea de mis ojos. Fue una especie de carga emocional que me dio una fuerza de voluntad que nunca antes había sentido. Me levanté del piso, fui caminando lentamente, colina abajo en una pequeña pendiente que estaba detrás de la piscina, cerca de donde se concentraba la mayor cantidad de personas aquella noche. Cámara en mano, ataviado de blue jean y en manga de camisa, salté por sobre una cerca de unos 50 cm de alto. Todavía nadie me había visto, ni siquiera quienes estaban cerca de la alberca. Uno que otro miró con indiferencia a un fotógrafo que pasaba por su lado. Me interné entre los invitados; eran unos 50 ó 70, tal vez. Me esforcé por no llamar mucho la atención, pero eso no me costó mucho, cada quien estaba concentrado en su conversación, otros en la pareja que tenían al lado, y los demás en la piscina, besándose y acariciándose. El ambiente era inigualable, propio de una orgía refinada. Para suerte mía no era el único con cámara. Había otros fotógrafos por aquí y por allá, seguramente contratados por los dueños de la fiesta o uno que otro curioso aficionado invitado a la tertulia. Pero igual me sirvieron de coartada para hacer mi infiltración sin levantar sospechas. Apresuradamente me fui hasta donde estaba Laura, cerca aún del viejo de traje blanco. Atravesé un río de gente hasta llegar a ella, la tomé por un brazo y su cara fue la mejor muestra del asombro que sintió al verme allí.
—¿Qué haces aquí? —Preguntó con vehemencia. —¡Estás loco? No puedes estar aquí; te van a sacar a patadas.
—Vente conmigo. —Le pedí.
—Por favor vete…
—No me voy de aquí sin ti.
—Me lastimas, suéltame.
Estaba como descontrolado, no sabía qué hacer. El viejo del traje blanco poco notó que ya Laura no estaba a su lado, sino conmigo en un rincón de la enorme sala. Como pude la saqué de aquella habitación y la llevé por un largo pasillo de puertas a cada lado. Estaba más dócil, sentía que le había gustado el hecho de verme allí. A mitad del pasillo me detuve, la miré a los ojos y le dije que la quería poseer, que por favor se fuera conmigo.
—No puedo —Me dijo con voz de frustración—. De verdad debo quedarme.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué te obliga a hacerlo?
—No te puedo decir, sólo sé que debo quedarme y tú debes irte.
De pronto, una puerta detrás de nosotros se abrió, dos mujeres, riéndose, salieron de allí. Antes de que se cerrara la puerta pude ver que se trataba de un baño. Tomé a Laura del brazo, una vez más, y nos metimos al baño. Ella se dejó llevar. Seguros estábamos que nadie nos había visto entrar. Cerré el picaporte de la puerta y volví sobre mis talones para encontrarme de frente con Laura quien estaba recostada del lavamanos.
—Ahora no me dirás que no puedes quedarte aquí conmigo —Le dije con una voz baja y tenebrosa.
—No hables tanto. —Dijo Laura— Si me vas a poseer que sea ya, antes de que me arrepienta.
Me abalancé sobre ella, besándola con frenesí. Ella respondió a mis besos quizás con más pasión que yo. La tomé por la cintura y lentamente fui subiendo la falta de su vestido negro. Ella lanzó su cabeza hacia atrás y me dejó su cuello para que lo besara y lamiera. Mordí sus hombros con la boca lo más húmeda que pude mientras mi mano derecha estrujaba con ardor su nalga y la izquierda su seno derecho. Comenzó a desabrocharme la camisa y yo a bajarle las bragas, un diminuto hilo que apenas cubría su podado monte de Venus, finamente definido en la parte alta de sus labios mayores. Toqué con mis dedos su vulva, caliente y preparada para ser penetrada con su lubricante natural. Sus gemidos se apagaban en mi pecho, al cual besaba con una minuciosa dedicación. Era ella una combinación de fiera salvaje con un poema de Neruda. Se escuchaban al fondo las voces confundidas de los invitados a la fiesta y la música electrónica que amenizaba la reunión. Temí por un momento que pudieran intentar abrir la puerta del baño, pero luego lo olvidé por completo. Estaba concentrado en los enormes y definidos senos que hacía sólo unas horas había podido ver cómo se inflamaban de excitación provocada por su dueña.
Sentía que me ahogaba con el pezón dentro de mi boca, no podía abrirla más aunque quisiera. Laura levanto una pierna y la pasó por mis glúteos, mientras se apoyaba de la mesa del lavamanos de mármol. Comenzamos a jadear como animales, la quería poseer, pero sabiendo ya que sería mía, aletargué ese momento lo más que pude. Ya su vestido estaba en el piso, ella desnuda frente a mí, vulnerablemente sexy. Me aparté para verla mejor, ella ubicó ambas manos sobre la mesa de mármol e inclinó la cabeza hacia la derecha, yo era su cámara fotográfica para ese momento. Me desabotoné el pantalón y me despojé de los zapatos con la punta de los pies, lanzándolos a donde mejor cayeran. Laura se acercó y detuvo mi intención de quitarme el jean: ella quería hacerlo. Yo no llevaba ropa interior y eso la excito más, un asombro se dibujó en su rostro cuando se percató de mi estilo al vestir. Ya mi erección era absoluta y ella simplemente se limitó a saciar, primero sus ganas de hacerme sexo oral y, segundo, mis deseos desenfrenados de saber qué tan buena podía ser aquella mujer con su boca y mi miembro viril. La mente se me nubló por instantes, no pude evitarlo. Introdujo todo mi pene en su boca; lamió mi inflamado glande e hizo placeres con toda mi zona erógena por preferencia. Entre tanto derroche de ganas, deseos y roces, había olvidado por completo a mi cámara, que estaba tirada en el suelo de aquel espacioso baño. Detuve por momentos el frenesí de Laura con mi pene para ir por la Canon. Ella se sorprendió.
—¿Me vas a tomar fotos? —Dijo, con estupor.
—Claro, no pienso desperdiciar este momento ni estas escenas.
Una sonrisa de complicidad se dibujó en su cara. Yo me coloqué otra vez frente a su figura arrodillada y le pedí que continuara haciendo lo que a bien había comenzado hace unos instantes. Mientras me saboreaba el pene y lo introducía repetidamente en su cavidad bucal, yo iba haciendo fotos y fotos. Ella miraba de vez en cuando la lente y su picardía quedaba impresa en la retina digital de la cámara. Hubo un momento en el que hacer fotos para mí era imposible, el placer que me causaba la felación que me hacía Laura no me dejó siquiera mantenerme en pie. Fue algo intenso, ella sabía dónde lamer y donde succionar. Era toda una experta en el arte de la felación. Tuve que detenerla, un minuto más y mis fuerzas se hubiesen escapado a través de un chorro de semen que humedecería sin más ni menos el rostro de mi improvisada amante. Sentí que perdía fuerzas en mis piernas y casi obedezco a una involuntaria genuflexión ante ella.
La subí por los brazos hasta que su cuerpo desnudo quedara erguido frente al mío. Ella improvisó una atrevida posición sobre la mesa de mármol, posando sus glúteos sobre ella y abriendo sus piernas, dejando al descubierto todo su sexo húmedo y caliente. Pasé toda la superficie de mi lengua sobre la abertura que me ofrecía su expandida vulva. Sus gemidos fueron en aumento a medida que hurgaba impacientemente su clítoris inflamado y duro. Ella me ayudó en mi afanosa labor, abriéndome pasó con sus manos dejándome libre la zona que más placer le gustaba que le lamiera: el reducido espacio entre su clítoris y su orificio urinario. Arranqué gritos de placer de la boca de Laura, que ahora realizaba sonidos guturales, producto de la exquisita sensación que le provocaba mi cunnilingus. A medida que yo lamía y besaba su vulva, Laura, cámara en mano, me iba tomando fotos que dejaban en evidencia eterna mi gusto por realizar tan apetecible acto impúdico. Un orgasmo profundo y bien sentido estalló en Laura, su sudor mojó sus sienes y pechos. Otro orgasmo, esta vez más intenso hizo que me separara de ella, pues un espeso chorro de algo que parecía orine salió de su vulva. Mientras esto sucedía yo tomé la cámara y le hice unas tres fotografías, las que pude; ella seguía estimulándose con sus dedos índice y anular a la vez que el líquido dejaba de emanar por momentos. Fue una experiencia bien intensa, tanto para ella como para mí.
—Por favor, cógeme. —Me pidió sin más reparo. —Ya no aguanto más…
De inmediato la coloqué de espaldas a mí. La tomé por la cintura e introduje con salvajismo mi pene en su más que húmeda vagina. Era increíblemente estrecha y estaba de un caliente que ardía. Mis impeles fueron en aumento progresivo, así como sus gritos.
La halé por el cabello y le pedí que me besara. Su boca era una cueva ardiente con ansias de ser probada. Azoté con improvisado ritmo sus vulnerables nalgas, pintadas con una atractiva dupla tonal, gracias a sus días en la playa. Un exótico corazón rojo estaba tatuado en su nalga izquierda. No sé por qué antes no lo había notado… Me obligó a sentarme sobre el WC. Una vez allí, se posó sobre mí, de frente, y sus movimientos pélvicos fueron avasallantes. Cada impele provocaba una especie de vacío en mí, sentía que se me iba el alma a través de su vagina y que me quedaba endeble ante tanto poder y pasión. Colocó sus manos en su cabeza, tomándose el cabello a la altura de sus sienes húmedas. Se frotaba los senos con ardor mientras subía y bajaba con todas sus fuerzas, metiendo y sacando mi pene dentro de su vagina. Todo lo hacía con un ritmo apabullante, incontrolable y feroz. Sus orgasmos se perdieron en mi cuenta y créanme que no me esforcé en lo más mínimo para hacer que ella llegara con facilidad a tocar el cielo. Era toda una fiera sexual.
La levanté y la llevé a la ducha. Abriendo la regadera para que el agua nos mojara, la penetré, mientras sus piernas me abrazaban por la cintura. Sus brazos servían de gancho en mi cuello para que su peso reposara con holgura y mis movimientos permitían una acompasada acción de entrar y salir. Había olvidado por completo mi cámara. Estaba tirada en medio de la habitación de baño, una vez más. Le pedí a Laura que me esperara un momento, algo se me había ocurrido. Coloqué la cámara sobre la mesa de mármol, desde allí le activé el modo automático y ésta haría fotografías cada 30 segundos hacia un mismo plano. Volví a colocarme frente a la cámara junto con Laura y continuamos follando. La incandescente luz del flash alumbraba nuestro lujurioso accionar cada medio minuto. Las posiciones cambiaron y los orgasmos llegaron; la satisfacción quedó reflejada en más de un fotograma. Fue una experiencia extraordinaria. Cansados pero satisfechos, continuamos bañándonos bajo el agua tibia de aquella regadera. De pronto, una mano tocó la puerta y una voz pronunció en nombre de Laura.
—¡Mi esposo! —Dijo Laura con voz entrecortada. Mi cara fue de asombro, pero no pronuncié palabra alguna.
—Sí, es mi esposo. El tipo de traje blanco que me acompañaba afuera. —No lo podía creer. Ese viejo verde de traje elegante era el esposo de semejante monumento natural.
—Él me invita a estas reuniones donde se realizan orgías.
—Y, ¿con qué finalidad?
—Para sentir placer mientras otro me hace el amor. —Creo que mis ojos se desorbitaron por un momento, pues Laura no puedo controlar la risa. Salió de la ducha y fue a buscar sus cosas. La voz que la llamaba cesó de hacerlo.
—Pero, explícate mejor. —Le dije.
—Bueno, yo tengo varios años casada con él; desde hace algunos cuantos su capacidad sexual ha aminorado. Él me ama y no quiere que yo sufra por su impotencia, por eso me invita a estas fiestas privadas y exclusivas donde, además de intercambiar parejas, la gente viene a derrochar su sexualidad.
—Y, ¿será que tu marido no sabe que existe el Viagra?
—Ja, ja, ja… Claro que sabe; pero no puede ingerir ese tipo de medicamentos, por su corazón.
—Definitivamente, está jodido.
—Sí…
Ya arreglados y vestidos salimos con disimulo de aquel baño. Cuando caminábamos por el pasillo, rumbo a la sala principal, su marido nos interceptó.
—Querida, ¿dónde estabas? —Exclamó el viejo de traje blanco. —He estado buscándote como un loco por todos lados.
—Me refrescaba un poco, cariño. Estaba acalorada.
—¿Quién es tu amigo? —Yo quería desaparecer como por arte de magia.
—Es un amigo, fotógrafo. Lo conocí en esta fiesta y hablábamos para una posible sesión fotográfica. ¿No te parece estupendo, mi amor?
—Oye, qué bueno. Un placer, amigo. —Me dijo, mientras extendía su mano buscando la mía. Estreché su mano con cierto recelo.
—Mi vida, ¿qué te parece si invitamos a tu amigo, el fotógrafo, a que nos acompañe esta noche en la piscina? —No entendía su propuesta. Inclusive me dio miedo al pensar en lo peor.
—No sería mala idea —irrumpió Laura— de hecho sería divertido que nos fotografiara mientras estamos allí.
—No se hable más —dijo el viejo del traje blanco—, véngase con nosotros, la va a pasar muy bien.
Acompañado de aquella pareja de extraños amantes, me fui camino a la piscina. Allí, ya la rumba orgiástica se había encendido. Hombres y mujeres se daban con todo, dentro y fuera de la piscina. El Dj era inspirado por una rubia despampanante que le ofrecía una succión en su pene de espanto y brinco, mientras este pinchaba discos y más discos. Más a la orilla de la piscina, un grupo como de tres hombres y cuatro mujeres practicaba una serie de posiciones donde cada uno era estimulado por el otro. Cercano a la entrada a aquel harén erótico, un grupo de hombres y mujeres, tragos en manos, veían complacidos las diferentes escenas que se presentaban allí. Dentro de la piscina, otro grupo, algunas parejas, unos tríos y muchos otros, se follaban con dedicación mientras el agua caliente los estimulaba. Mi pregunta era: ¿qué demonios hacía yo allí y qué debía hacer ahora que ya estaba metido en eso?
Le arrebaté un trago a un mesero que pasaba por mi lado, éste iba ataviado de traje de baño y corbatín. No sé qué bebida era, lo cierto es que la tomé hasta no dejar nada en el vaso shut. Era una bebida caliente y bien fuerte que me dejó por momentos ronco.
Laura se quitó la ropa y fue caminando hasta la orilla de la piscina. El viejo, con cara de cómplice, me invitó a seguirla con un movimiento de cabeza. Yo no supe qué hacer, hasta que la propia Laura me llamó con su mano. Me metí en la piscina, después de quedar completamente desnudo. Mi cámara quedó junto con mi ropa sobre la grama que bordeaba la alberca. Laura me tomó por el cuello y me besó. Yo correspondí con miedo, pero luego me fui aclimatando. El agua de la piscina era caliente y agradable. Froté sus nalgas y de inmediato mi erección llegó inminente. Ella, al sentirla, se penetró a sí misma y comenzó a moverse dentro del agua que nos daba un poco más arriba del ombligo. Sus movimientos eran lentos, nada que ver con el sexo de hacía rato, este era más apasionado. Quizá así le gustaba a su esposo. No lo sé. Yo no quería voltear a ver si el viejo del traje blanco nos miraba, mi temor era infundado, evidentemente. Pero entre besos y sexo logré mirarlo por sobre el hombro de Laura e, indiscutiblemente, gozaba mientras le hacía el amor a su mujer. A su lado un amigo disfrutaba, no sólo con nosotros, sino con todos los demás que tiraban como animales por todos lados. Yo comencé a sentirme mareado, quizá fue el trago, no lo sé; lo cierto es que me comencé a sentir extraño.
De pronto, un hombre se acercó a donde estábamos Laura y yo, y sin pedir permiso siquiera la penetró por detrás. Creo que Laura lo conocía, porque apenas lo vio le sonrió y simplemente, él, siguió en su afanosa tarea. Por momentos me corté, pero no dejé de hacer lo que estaba haciendo. Laura tomó otra actitud, más lujuriosa. Yo simplemente continué dándole duro. Así como llegó el hombre que tenía enganchada a Laura por su ano, una mujer de tez morena y ojos verdes se aproximó a donde estábamos nosotros. Buscó la boca de Laura primero, besándola y mordiéndola, y luego buscó la mía con las mismas intenciones. Me sorprendió un poco, pero a esas alturas del partido ya nada me sorprendía, lo que sí me tenía preocupado era el extraño mareo que sentía. La mujer de tez morena me sacó el pene de la vagina de Laura y me llevó a un lado de la piscina, mientras me besaba. Yo logré ver a Laura pero ella no me vio a mí, seguía follando con aquel hombre. En la misma posición en la que tenia a Laura aquella mujer se penetró y comenzó sus movimientos pélvicos. Su vagina era más ancha que la de Laura y eso lo noté rápidamente.
Pero lo que siguió a continuación no lo podré contar aquí. ¿Por qué? Pues, simplemente, no lo retuve. Mi último recuerdo fue a aquella morena sobre mí, besándome y metiendo y sacando mi pene en su vagina. Después de eso no recuerdo más, salvo que estaba acostado, desnudo sobre la cama de mi hotel, muy cansado pero entero, eso sí. Sobre la mesa de noche, mi cartera, celular y las llaves de mi camioneta. De resto, no recordaba ni cómo había llegado allí. Llamé a la recepción del hotel, preguntando si sabían cómo y con quién había arribado esa noche. La única respuesta que obtuve es que llevaba más de 24 horas durmiendo y que no sabían quién o quiénes me habían dejado en mi habitación. Sólo había un registro de llave del cuarto a las 6.30 a.m. del día domingo. Ya era lunes, 9.50 de la mañana. Desperté con un hambre de mil demonios, el cuerpo me dolía una barbaridad y estaba visiblemente demacrado, con ojeras que parecían bolsas de té y una barba de tres días.
Bajé al spa del hotel y me hice dar un masaje recuperador y un baño en el jacuzzi me devolvió a la vida. Almorcé y decidí salir a buscar a Laura. Mi camioneta estaba intacta y dentro de ella mi cámara, tal cual como la recordaba. De inmediato la encendí y revisé la memoria; todas y cada una de las fotos estaban allí. De hecho las últimas me mostraban a mí poseyendo a la morena de ojos claros. Jamás supe quién pudo haber tomado las fotos, pero eran una prueba irrefutable de que lo que había vivido aquella noche no fue mentira. Encendí el motor y fui rumbo al hotel de Laura. Entré al lobby pero no me supieron dar respuesta de ninguna mujer llamada Laura. Salí corriendo y abordé nuevamente la camioneta, esta vez hacia la mansión en donde ocurrió todo. Al llegar al lugar encontré a un grupo de personas recogiendo lo que parecía ser todo el inmueble del lugar. Se llevaban hasta el mueble del Dj; no lo podía creer. Acto seguido, abordé a quien parecía ser el jefe de los hombres que cargaban todas las pertenencias desde la casa a unos camiones enormes.
—La verdad no sé qué decirle. —Me dijo el hombre de barba y lentes correctivos. —Lo único que sé es que debo ir a montar otra de estas casas a las cercanías de Playa el Agua.
—¿Cómo que a montar otra de estas casas?
—Sí. Trabajo para una empresa que monta espectáculos de orgías y este fin de semana nos tocó esta vieja casa que remodelamos sólo para esta ocasión.
—¿O sea, que aquí no vive nadie?
—Por supuesto que no. ¿Quién se prestaría a hacer algo así en su casa? La volverían un asco, como ocurrió con esta. Se sorprendería si supiera las cosas que encontramos en cada casa que desmontamos después de una orgía.
Si antes dije que ya nada me sorprendía, me equivoqué. Desanimado y con ganas de salir gritando como un loco, volví a mi camioneta. Era imposible que lograra encontrar a Laura después de todo aquello. Fui a mi hotel, empaqué y salí rumbo al Ferry. Compré mi pasaje, abordé con mi camioneta y salí de aquella isla, con un saco de recuerdos confusos, una maleta de nostalgia y un baúl de eventos sorpresivos que jamás pensé vivir. Debía volver a mi realidad: mi trabajo, mi mujer y mis hijos; porque sí, no se los había comentado porque seguramente no habría sido igual la lectura de este relato: soy casado, tengo dos hermosos hijos, una hembrita de 5 años y un varón de 12 que, junto a mi esposa, una exitosa abogada, y yo conformamos una bella y perfecta familia. Sí, reconozco que pensé en ellos antes de hacer lo que hice; pero, como dije en su momento, una fuerza interior me decía “adelante” y viví una experiencia que jamás había vivido ni creo volver a vivir nunca más…

Como nuestro protagonista, muchos hombre (y a veces mujeres también) corren el riesgo de ser seducidos por las tentaciones carnales, olvidando por completo los peligros a los que se exponen. Fiestas como las aquí relatadas, suceden casi a diario en nuestro país. Muchas son las parejas que entran y salen de este tipo de fiestas, orgías y tertulias donde, además de sexo, la droga está a pedir de boca. Lo que le sucedió a nuestro protagonista no fue más que una intoxicación por burundanga, una sustancia soporífera que se le administra a una persona muchas veces para robarle. Este, afortunadamente, no fue el caso de nuestro amigo, quizá porque el nivel cultural de quienes conformaban la reunión era al-go elevado y su intenciones, evidentemente, eran otras; de lo contrario, hubiese podido ser víctima de hurto (incluso bajo el consentimiento de la víctima, debido a los efectos de la droga), desmembramiento de algunos órganos (para luego ser vendidos en el mercado negro), contagio de enfermedades, violación e incluso hasta la muerte.

Que sirva este relato para quienes, de manera irresponsable, le otorgan a esta actividad descabellada un momento en sus vidas. Lo heterosexual y con-fiable es más sano y lógico que lo depravado de un momento de lujuria y pasión de manos de quienes menos piensan en su propio bienestar.

0 comentarios: