La mejor fiesta de mi vida

¿Les había contado de la vez que me invitaron a una fiesta de lesbianas? Creo que no.
Sucedió después de haber tenido dos o tres meses de haberme mudado a este apartamento donde vivo ahora. Había hecho pocos amigos hasta entonces, sólo Manuel, el hombre más fanático del deporte que haya conocido jamás, era mi único pana para ese momento. De vez en cuando subía a su apartamento en el piso 12 para ver un juego y tomarnos unas cervezas. Su "cueva", como él mismo le llamaba a su apartamento, estaba forrada de banderines de equipos de fútbol europeo, afiches gigantes colgaban de las paredes con fotos de jugadores de las Grandes Ligas, la NBA y un sinfín de souvenirs y demás artículos deportivos por doquier.
Fue precisamente en una de esas noches de visita en casa de Manuel cuando, bajando a mi apartamento en el décimo piso, me topé en la entrada del ascensor con el par de mujeres que les paso a describir: una, la más joven, era una muchacha como de unos 23 ó 25 años, delgada, de rasgos muy finos y delicados, piel blanca como la nieve, cabello rojizo y con rulos. Sus ojos eran grandes y hermosos, sus pestañas largas y seductoras; su boca de labios gruesos, que hacía un espectacular juego con su nariz respingada y delicada. La otra, una morena, como de 30 ó 32 años, alta, de cabello negro planchado, de un hermoso rostro y una mirada penetrante, sus pechos era lo más resaltante de su cuerpo. Las dos salieron del elevador riendo a todo pulmón, casi sin poder mantenerse de pie. Yo pasaba justo por el frente cuando las puertas se abrieron y ellas salieron, tomadas de la mano, como intentando sujetarse una a la otra para no irse directo al piso producto de la risa. Al verme, intentaron enseriarse, pero fue en vano, siguieron riendo, ahora con más fuerza, parecía que mi cara de asombrado les había acelerado la risa. Estaban algo tomada, era evidente. Su risa me contagió y comencé a reír, pero no al nivel que ellas tenían. Simplemente me sonreí con ella y continué mi camino. A mis espaldas ellas siguieron con su fiesta de chistes que sólo ellas entendían. Yo abrí la puerta de mi apartamento y entré, colocándome de inmediato detrás de la puerta para observarlas a través del "ojo mágico". Se quedaron en el pasillo riendo, abrazadas como unos amigos borrachos. Al cabo de unos segundos se decidieron a entrar a su apartamento, que estaba justo al lado del mío.
Como sabrán, yo jamás las había visto hasta ese día y no volvería a hacerlo hasta después de un par de semanas cuando en el estacionamiento las vi una vez más. Iban elegantemente vestidas, como si estaban invitadas a una fiesta de gala en el castillo de los reyes. Se veían realmente bellas. Yo me quedé parado en el estacionamiento viéndolas con la boca abierta. Se subieron a una camioneta que manejaba un tipo y se fueron.
No tardé más de unas horas en preguntarle a Manuel, quien tenía más años que yo viviendo allí, si conocía al par de chicas. "Creo haberlas visto unas dos o tres veces. No sé mucho de ellas, son medio misteriosas", fue lo único que me dijo de ellas, pero me bastó para interesarme aún más en ese par. Comencé a montarle cacería los fines de semana, me instalaba en la puerta hasta altas horas de la madrugada para esperarlas cuando llegaran y mirarlas a través del ojo mágico de la puerta. Así pasé unos tres fines de semana y nada. Me quedaba dormido o nunca llegaban. Definitivamente, era un par misterioso.
Pero como siempre las causalidades ocurren, pasó lo que me motivó a escribirles ahora. Estaba yo en mi casa, sentado frente a la TV de la sala, con una caja de pizzas sobre las piernas, una cerveza sobre la mesa y el control remoto cambiando los canales entre el fútbol y el béisbol, cuando de pronto escuché un estruendo en el pasillo. Solté todo lo que tenía en mis manos y me abalancé sobre la puerta para observar a través del "ojo mágico": las chicas estaban entrando a su casa con un grupo de personas, entre hombres y mujeres. Supuse que sería una fiesta. Por momento pensé en salir y esperar a ver si me invitaban, pero sabía que era un absurdo pensar eso y me devolví a mi sillón.
Pasaron unas dos horas, el juego terminó y mis cervezas se acabaron. Decidí salir a buscar más del vital líquido. Pasé con disimulo frente a la puerta del apartamento de las lesbianas, para escuchar algo. La música era estridente y a todo volumen. Con dificultad pude escuchar una que otra voz que intentaba sobreponerse a la música. No pasó nada extraño y seguí rumbo a la licorería.
De regreso, cervezas en mano, el ascensor abrió sus puertas y frente a mí estaba la pelirroja, con una amiga a su lado, no era la morena, era otra, una rubia. Ella me vio y, quizá por cortesía o por educación, me saludó con una sonrisa. Yo le respondí y me bajé del ascensor. Nuestras miradas se quedaron enganchadas por unos segundos mientras nos movíamos. La rubia ni se inmutó. Yo caminé hacia mi apartamento y me metí a seguir pegado de la TV. Ellas entraron al apartamento de donde salía la música.
Pasadas 2 horas después de aquello, ya me dolía el ojo de tanto ver a través de agujero de la puerta. Nadie salía ni nadie entraba. Hasta que pasó algo que de verdad pagó con creces el tiempo que había invertido allí. La puerta se abrió de pronto, lo supe porque la música aumentó su volumen de pronto. Me asomé a ver quién salía y lo que vi no lo podía creer. Dos mujeres, jóvenes, de unos 20 ó 22 años, salieron dándose besos en la boca. Una acorraló a la otra contra la pared y la besaba con desespero. La otra, respondía a los besos con igual frenesí, mientras acariciaba las nalgas de su amiga. Nadie salía del apartamento y aquel par se comía en pleno pasillo. Las caricias aumentaron su nivel y de la boca pasaron al cuello y a los senos. La escena era más que estimulante y a punto estuve de salir para entrar en acción, pero ese miedo recurrente ante situaciones de este tipo me hizo mantenerme donde estaba.
Al cabo de unos 5 minutos, una tercera mujer salió de la fiesta; era la morena amiga d ela pelirroja. Sonriendo, les pidió al par de lesbianas que volvieran a la fiesta. "Ey, la cosa es aquí dentro", les dijo y se metieron al apartamento cerrando la puerta una vez más. "¡Coño de la madre!" Pensé. Si antes no me había despegado de la puerta, ahora jamás lo haría.
Pasaron unos 40 minutos más y volvió a salir gente del apartamento, pero nadie con actitud sexual. Una pareja salió, cerró la puerta y tomo el ascensor. Nada anormal.
Ya eran las 3.30 de la madrugada. EL sueño comenzó a apoderarse de mis ojos, pero las ganas de saber qué más podía pasar me mantenía despierto y de pie. Entonces fui más arriesgado: apagué todas las luces de mi apartamento, de manera de dejarlo completamente a oscuras. Puse mi sillón de ver TV frente a la puerta abierta dejando ante mis ojos todo el pasillo del edificio, únicamente la reja de mi apartamento interrumpía la vista hacia la puerta del apartamento fiestero. Sentado ahí, en donde estaba más que seguro nadie me podría observar, camuflado entre la oscuridad, me senté a esperar.
Los minutos pasaron y el sueño me venció. Quedé rendido sobre el sofá. De repente, un ruido me despertó. Había sido la música que una vez más subió repentinamente. Salió una pareja, copas en mano. El hombre estaba bien ebrio y la mujer sólo vestía un ajustado vestido de cuero rojo de falda muy corta. La mujer empujó a su hombre contra la pared y lo besó. "Habrá acción", pensé; pero realmente me quedaría corto. El hombre comenzó a desnudar a la chica, quien a simple vista se veía muy excitada, pero no dejó que el tipo la desnudara allí. Entonces el hombre intentó llevársela, pero ella lo detuvo y le agarró el pene por sobre el pantalón, encendiendo al hombre de inmediato. El tipo no lo pensó dos veces y ahí mismo se sacó su miembro, erecto. Acto seguido, la chica lo tomó, arrodillada frente a él, y se lo llevó a la boca, comenzando una enérgica felación en pleno pasillo. El tipo se retorció de placer y la mujer casi que se comía el pene de su pareja. No tardó mucho en llegar la eyaculación del hombre. La mujer se levantó del piso, lo miró, recogió su cabello y se lo llevó hacia el ascensor en donde se perdieron de mi vista.
La puerta del apartamento había quedado abierta, dejando escapar el sonido de la música y la cháchara de muchas personas que aún estaban dentro. Se escuchaban gritos, gemidos, alaridos y voces de todo tipo. La tentación me empujó a levantarme de mi puesto.
Con el mayor de los sigilos y con mucho miedo, abrí la reja de mi apartamento, caminando de puntillas hasta llegar a la puerta del pernicioso apartamento de mis vecinas. Asomarme como un mirón no sería la mejor de las estrategias, así que decidir pasar como cualquier otro, como si fuesen las 12 del mediodía y pasaba por una de las tiendas del centro observando sus vidrieras. ¿Preparados para enterarse lo que ahí dentro había? Ahí les voy (trataré de ordenar mi mente para ser lo más detallista posible): El piso del apartamento está alfombrado, no hay muebles como tal, sólo un enorme sofá estaba colocado contra la pared izquierda del apartamento, allí, varias parejas fornicaban sin mayor distracción. Frente a ellos y sobre la alfombra, dos o tres parejas las imitaban en diferentes posiciones. No había otra mueble en toda la casa, salvo algunos bancos tipo bar que estaban por aquí y por allá. Algunas de las personas que no se encontraban en los actos sexuales, veían a los fornicadores desde su asiento con el trago en su mano. Unos reían, otros se estimulaban por sobre la ropa. Hombres y mujeres por igual. Era un verdadero festín de sexo y perdición.
Yo estaba parado en el pasillo, justo al frente de la puerta de aquel apartamento, viendo aquel espectáculo. nadie se había inmutado por mi presencia allí, de hecho ya la mayoría me había visto, excepto la pelirroja. Cuando ella me vio me invitó a pasar. Salió al pasillo y me tomó de la mano. Tenía un cigarrillo en su mano y en la otra un trago verdoso. Estaba vestida sólo con la ropa interior, lo que dejaba mostrar su cuerpo fibroso y blanquecino. Entré a la "fiesta" y me dispuse a observar con detalle a la gente que ahí se encontraba. Muchas mujeres, quizá el doble de la cantidad de hombres que ahí se encontraban. Al pasar hacia la cocina, que ahora era realmente un bar, tuve otro ángulo del asunto. En el pasillo hacia las habitaciones se hallaban dos mujeres dándose placer con un pene bífido de medio metro de largo y de color rosado. Eran dos hermosas hembras con caras y cuerpos de modelos de Playboy.
—¿Te gusta la fiesta? —Me preguntó la pelirroja, a la vez que me daba una cerveza en mis manos.
Sólo asentí con la cabeza y me llevé la botella a la boca arrancándole un buen sorbo.
Algunas personas bailaban, incluso un par de mujeres se movían al ritmo de Daddy Yankee.
Ya me estaba aclimatando. Ver a las parejas tirando a mi lado se me hacía ya familiar. Cada quien estaba en su mundo y no le importaba quién o quiénes estábamos ahí, se disfrutaban su nota. Por supuesto, la droga no se hacía esperar. Sobre el mesón de la cocina un grupo preparaba "rayas" de coca que luego inhalaban ferozmente. La mayoría de los presentes se daban su vuelta por la cocina.
Las personas que allí estaban no eran de mal aspecto, por el contrario, tenían un refinado gusto para vestir y peinarse. Eran, sin duda, gente adinerada.
De pronto, entre coitos y bailes, se acerca a mí una mujer, de aspecto elegante y mirada profunda. Su cabellera negra caía sobre sus hombros, descubiertos por el escote de su vestido azul y blanco. Me miró, sonrió, y me dijo sin el menor pudor "¿te lo puedo mamar?". Reí, fruncí el ceño, aclaré mi garganta y peiné mi cabello hacia atrás con mi mano, todo esto en un segundo. La mujer arqueó las cejas, en señal de exigir una respuesta. Sólo me atreví a decir una sola frase: "Si es de tu gusto..."
Sin esperar más tiempo del que le llevase arrodillarse frente a mí, bajar la cremallera de mi pantalón, la mujer, cuyo nombre jamás supe, se llevó mi pene a su boca y comenzó a chuparlo muy despacio. Sentía que ya me iba a correr en su boca, pero los cambios de ritmo me mantenían aún entero. Me miraba mientras se llevaba mi pene hasta lo más profundo de su garganta. El rítmico movimiento de su cabeza sincronizaba a la perfección con el compás del reggetón que sonaba. De vez en cuando me llevaba la cerveza a la boca y bebía de ella. Algunas personas me miraban, pero ni se inmutaban por lo que veían.
Cuando la mujer estaba en el mejor de sus esfuerzos por hacerme acabar, apareció la pelirroja, a quien hacía unos minutos la había visto tragarse un par de rallas de cocaína con su nariz. Se acercó a mí, me besó y le pidió a la mujer que le prestara mi pene, que ella quería imitarla. Las dos ahora estaban besando y chupando mi miembro para mi mayor placer.
Yo mismo me despojé por completo de mi pantalón, quedándome únicamente con la camisa puesta. Ya era hora de que entrara en acción y dejara de ser víctima de mis amantes. Le quité a ambas mi pene y les pedí que se levantaran, la morena accedió y me dio un beso, mientras que la otra mujer sonriendo me preguntó que por qué la había detenido. Simplemente le respondí que ahora quería ser yo quien le diera placer a ellas. La mujer me miró y muy amablemente me dijo: "Yo no vine a tirar, mi amor. De verdad lo siento. Sólo vine a mamarme unos cuantos y disfrutar el rato. Quizá en otra oportunidad". Perplejo, más que excitado, le asentí con la cabeza mientras ella se alejaba de donde estábamos. Tendría que conformarme con cogerme a la pelirroja, a fin de cuantas iba más que ganando en esa negociación.
Agarré a la pelirroja por la cintura y la senté en uno de los bancos que estaban cerca de nosotros. Le abrí las piernas y le aparté su pantaleta con mi mano, pero no pude penetrarla, ella me detuvo.
—¿No vas a usar condón? —Me preguntó.
La pregunta me hizo aterrizar cuando estaba en el mejor de mis vuelos. Dios mío, ¿cómo pude haber olvidado semejante detalle?
La miré, y ella entendió que no tenía condón en ese momento. "Espera", me dijo, y se levantó del banco, fue a la cocina y sobre la mesa había un manojo de condones, tomó uno y me lo trajo. Ella misma lo colocó en mi pene y volvió al banco, abriendo las piernas para que entrara en ella. Comencé con movimientos suaves a entrar y salir de ella, pero su excitación me pedía más. Así que al cabo de pocos segundos estaba dándole con todo a la pelirroja, cambiándola de posición una y otra vez hasta. Era una mujer muy fogosa, sin dudas, y su experiencia me dio bastante satisfacción, sobre todo en el momento cuando se colocó de espaldas a mí y me pidió que la penetrara. Al hacerlo, entrecruzó las piernas, proporcionándole un "apretón" a mi pene con su vulva, algo que me produjo la eyaculación casi de inmediato.
Sonrió al verme acabar, sabía que lo lograría con esa técnica. Entonces, sacó mi pene de dentro de ella, se acercó a él y lo despojó de su capucha, y a su boca lo llevó, chupándolo y lamiéndolo. Cuando estaba en esa ardua tarea de felación, levanté mi rostro y frente a mí estaba la morena de pelo planchado. Me miraba con cierta rabia, quizá, no lo sé, sólo sé que al parecer no le gustaba que estuviese con la pelirroja. Entendí entonces que era su pareja. Pero, sin más reparo no me importó lo que ella pensara, al fin y al cabo estábamos en una orgía, ¿no?
Continuamos en la tertulia, bebiendo y de vez en cuando compartiendo el morbo de ver a otros fornicar ante nuestros ojos. Vi mi reloj, eran las 5.50 de la mañana. La pelirroja no se había apartado de mí después de haber tirado. Y eso me gustaba. Por su parte, la morena de pelo planchado, que no la había visto en toda la fiesta, no dejaba de mirarme. Me puse mi camisa y le pedí a la pelirroja que se me acompañase a mi departamento. Aceptó sin chistar y nos fuimos. No sé si la morena nos vio, lo cierto es que nos fuimos de allí.
Amanecí horas más tarde abrazado a mi pelirroja. Esa noche, después de hacer el amor y disfrutar de los placeres infinitos del sexo, pude saber su nombre: Yelitza.
Nos levantamos a no sé qué hora de la tarde, ella preparó unos sándwiches y volvimos a la cama. No se fue hasta después de las 8 de la noche.
—La verdad la pasé rico contigo —me dijo mientras se vestía—, pero me tengo que ir.
—¿Alguien te espera? —Pregunté.
—Sí, mi amiga.
—¿Es tu pareja?
—Sí, pero a veces deseo estar con un hombre y ella me lo permite.
—¿Volveremos a veros?
—¿Por qué no? Somos vecinos...
Después de eso, se acercó a mí, me besó en la boca y se marchó.
Pasaron varias semanas para volverla a ver. Ciertamente no puse de mi empeño para procurar verla una vez más, fue ella quien tocó a la puerta de mi apartamento para invitarme a otra orgía en el suyo. Con la simple excusa de volver a cogerla, me fui con ella. Pasamos la noche bebiendo y tirando.
Cuando le conté a Manuel lo que me había pasado, no lo podía creer y me pidió que lo invitara a una orgía. Hice lo que mejor pude: organicé una en mi casa, invitando a mis amigos y a las amigas de Yelitza. Mis compañeros me querían hacer un altar y las amigas de Yelitza se divirtieron mucho.
Después de varios meses de haber entrado a aquel apartamento esa noche, he organizado más de diez orgías en el mío, he asistido a más de 15 fuera de la ciudad y siempre acompañado por Yelitza.
Quizá un día de estos les cuente cómo fue que los celos de la morena de pelo planchado se esfumaron, cuando Yelitza la invitó a la cama para estar los tres tirando en nuestra orgía privada. Por cierto, la morena se llama Sharon...

1 comentarios:

Unknown dijo...

Debo decir que fue una historia muy bien descrita... tanto que pudiera pensar que todo lo que describiste fue inventado de tal sutileza que casi nadie pudiera reconocerlo... mas, sin embargo, de ser cierto, debio ser una experiencia totalmente nueva para ti, por como te expresas en el relato.... me gustaria tener algo parecido... algo que no fuera lo clasico o casual para mi... pero ese algo aún no ha llegado... suerte¡¡